martes, 12 de febrero de 2008

Réquiem de un verso


Desde la aurora renacen los colores marchitos con lazos de orquídeas y melodía de otoño. La marioneta busca el vaivén de su mediocre imaginación con silabas sin eco aparente. Su espacio se viste de cebra para pintar sus ojos grises, toma la mano de la sombra y juegan a quebrar llantos.
Lo onírico de su cuerpo comienza en su mudo diccionario y termina con sus pies de tiza. En su destino se ocultan acordes en telarañas, cemento sin rostros y sus plegarías de cadáveres impúdicos; obligando así a parir ángeles caídos, perdidos en su frío infierno sin cordura ni orgullo.

Semblante violáceo, templanza percudida... devoción sobre su altar vacío, sin migajas de libertad, sagrado ritual solemne e inútil. Las cenizas de futuros metálicos con martillos de bronce y espejos sobre su frente, marcan el compás de su acuario de papel.
Camina sin avanzar, parapléjicas piezas te sostienen, no encajan... ya lo sabes.
Su canto mantiene estoica a la ilusa locura de tabaco y anís. Sobre su abismo la paciencia termina en lamento.
Raíces secas comiendo agujeros de memoria, cicatrices sangrantes buscando consuelo.
El segundo sol compasivo y enmarañado de cuentos infantiles, busca el cansancio como respuesta, en un caos que nadie quiere escuchar.
El ciego flagela su esperanza en el cielo paralizado, ahogando ejércitos de miseria en su rapsodia magistral.

Atardecer invertido, sobrias miradas se extienden a su centro, viola su tiempo como la lluvia aquieta su espíritu... el balance muerde la estela bajo sus pies fríos y quietos dibujados por otro pincel, su silueta en explosión se vuelve etérea en el umbral.

Oscurece y el silencio atrofia sus sentidos...

Agónicos pasos, sin sombra ni adiós...

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